
Boston, pasillos. Gente con camisetas, colas para demos, un zumbido permanente de entusiasmo (y de ventiladores). En PAX East 2025 había, claro, lo de siempre: estrenos, merch, influencers. Pero también —y esto fue lo que más llamó la atención— una especie de extraña mini-revolución en pequeño formato: demasiados juegos hechos por muy poca gente. Un artículo de Game Developer lo puso en palabras con un término incómodo, casi provocador: la “desprofesionalización” del gaming.
¿Desprofesionalización? Suena duro. Pero no es teoría académica vacía: es un fenómeno que se deja ver en datos, anécdotas y, sobre todo, en percepciones. Si un estudio de tres personas lanza un éxito y acapara titulares, la lección que algunos extraen es peligrosa: “para qué más cabezas”. Ese mensaje —subyacente— erosiona el valor social y económico de roles que antes eran imprescindibles.
¿Qué está pasando, exactamente?

Tres corrientes confluyen y empujan hacia esa nueva normalidad:
- Los indies que, con poco, logran mucho;
- Los grandes estudios que se atascan en proyectos largos, caros y con resultados inciertos;
- El auge del modelo servicio (free-to-play/live service), que premia el mantenimiento por sobre la producción masiva.
El resultado no es neutro: celebramos la agilidad, aplaudimos la economía de medios. Genial. Pero, de rebote, se descuida un ecosistema laboral donde los artistas, guionistas, compositores y diseñadores son piezas con nombre propio. Mucho se reduce a “assets”, paquetes, librerías. Y ojo: ahí nace la precarización.
La feria como espejo
Si leíste crónicas y posts de quienes fueron al PAX, lo habrás notado. Los espacios más vibrantes no eran los de las grandes casas con stand de lujo. Eran mesas con dos desarrolladores que explicaban su juego con la voz quebrada de quien lleva noches sin dormir. Prototipos brillantes, sí. Pero detrás, pocas nóminas, pocos contratos, mucho voluntariado y trueque.
Eso tiene dos caras. Por un lado: libertad. Se prueban ideas locas, se arriesga. Por otro: ¿quién paga el pan del artista cuando el proyecto toca la gloria temporalmente y luego se diluye? ¿Quién garantiza continuidad cuando el ciclo creativo termina?
Quién queda expuesto

Las profesiones que más sienten el viento frío son, precisamente, las creativas.
- Los artistas pasan a veces a ser “proveedores” de assets.
- Los escritores ven cómo su campo se recorta a diálogos funcionales (y no siempre bien pensados).
- Los músicos y sound designers terminan escogiendo entre bibliotecas baratas o encargos con poco presupuesto.
Curioso: los programadores sénior siguen siendo demandados (por motivos obvios). Pero entre tanto, se rompe el equilibrio: la técnica se valora; la cultura y la forma, menos.
¿Qué implica para un país como Paraguay?
Si la ola global pega aquí, el golpe puede ser doble. Paraguay está construyendo industria; aún hay que crear masa crítica, espacios y mercados. Si el discurso dominante es “menos es más” y eso se traduce en contratos precarios, los creadores locales (ilustradores, guionistas, músicos) pueden optar por migrar a otros rubros o buscar mejores contratos afuera. Resultado: fuga de talento y empobrecimiento del tejido cultural propio.
¿No hay salidas? Sí, y pasan por políticas e iniciativas concretas:
- Hubs locales (físicos y virtuales) para compartir herramientas, mentoring y acuerdos de coproducción.
- Incentivos públicos: becas, créditos blandos, concursos que premien equipos multidisciplinarios.
- Visibilidad profesional: medios que pongan en valor nombres, no solo productos. (Aquí 20XX tiene su nicho, por cierto).
- Modelos de ingreso alternativos: cooperativas, bundles regionales, acuerdos con ONGs o educación.
También hay terreno fértil en la propia cultura indie: el modding, los fangames, las colaboraciones entre países de la región. Todo eso, bien canalizado, puede ser trampolín para perfiles creativos que hoy se ven invisibilizados.
Una alerta, no un diagnóstico terminal

La “desprofesionalización” no significa que el oficio vaya a desaparecer de la noche a la mañana. Pero es una alerta: si el mercado premia la austeridad creativa, el costo real es cultural y social. Menos gente en nómina implica menos salarios dignos, menos carreras sostenibles, menos industrias culturales robustas.
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La apuesta —para Paraguay y otras escenas emergentes— debería ser doble: aprovechar la energía de lo pequeño (ese “hazlo tú” que genera innovación) sin abandonar la estructura que convierte talento en profesión. Es decir: experimentar, sí; pero también proteger y profesionalizar. Porque sin eso, el boom indie corre el riesgo de convertirse en una fiesta donde solo unos pocos, y por poco tiempo, se llevan la mesa puesta.
Preguntas Frecuentes (FAQ)
¿Qué significa “desprofesionalización” en videojuegos?
Es la percepción de que se necesitan menos profesionales para hacer un juego, impulsada por éxitos indie de equipos reducidos.
¿Qué factores impulsan esta tendencia?
El auge de indies exitosos, los problemas financieros de grandes estudios y el crecimiento del free-to-play y los servicios en vivo.
¿Qué profesiones son más vulnerables?
Artistas, escritores y compositores suelen ser recortados o reemplazados, mientras programadores y diseñadores mantienen valor.
¿Cómo afecta a Paraguay?
Puede derivar en precarización, fuga de talento y dependencia de modelos externos si no se desarrollan políticas y apoyos locales.
¿Hay oportunidades en este escenario?
Sí: experimentación creativa, colaboración regional, modding y aprendizaje autodidacta ofrecen nuevos caminos para desarrolladores.