El principio del declive
Durante años, Call of Duty fue sinónimo de calidad, acción frenética y momentos inolvidables. Su nombre representaba el estándar de los shooters en primera persona. Sin embargo, en los últimos tiempos, la franquicia parece haber entrado en una peligrosa espiral descendente. Lo que antes era una experiencia fresca y adictiva hoy se siente como una fórmula desgastada, víctima de su propio éxito y de decisiones corporativas más centradas en el dinero que en los jugadores.
Uno de los mayores problemas que enfrenta Call of Duty es la pérdida de identidad. En su intento por mantenerse “relevante”, la saga ha dejado de lado su esencia bélica y realista para adoptar estilos y mecánicas más propias de Fortnite. Los eventos coloridos, los crossovers extravagantes y los cosméticos fuera de lugar rompen la atmósfera que alguna vez diferenciaba a la saga. Lo que fue una serie de guerra moderna y militar ahora parece un carnaval digital que intenta complacer a todos, pero termina desconectándose de su base más fiel.
Contenido repetitivo y falta de innovación
A esto se suma el contenido repetitivo, que hace que cada entrega parezca una extensión de la anterior. Nuevos mapas que recuerdan a los viejos, armas reeditadas y un sistema de progresión que rara vez ofrece algo verdaderamente nuevo. El entusiasmo por cada lanzamiento anual ha sido reemplazado por la sensación de estar pagando nuevamente por lo mismo. La falta de riesgo creativo se ha vuelto evidente, y eso ha apagado gran parte del interés de la comunidad.

La migración a Battlefield y el futuro de la saga
Mientras tanto, muchos jugadores han optado por migrar a Battlefield, que aunque también ha tenido altibajos, conserva una identidad más coherente con el género bélico. Call of Duty todavía tiene la capacidad de reinventarse, pero para lograrlo deberá escuchar a su comunidad, reencontrarse con sus raíces y dejar de intentar ser algo que no es. Solo así podrá recuperar el respeto y la pasión que alguna vez lo convirtieron en leyenda.
